Observo el vuelo de un pequeño mosquito
y me compadezco con él
y con su ceguera.
Me siento minúsculo
tan minúsculo como él mientras choca
y vuelve a chocar
contra el vaso vacío que reposa
en la mesa mugrienta
en el desorden de esta casa
que hace del caos apoteósico un nuevo orden de vida
y las bebidas se vacían
y las miradas se embriagan
y las sonrisas se burlan.
¿De dónde saco yo mis ganas de seguir viviendo?
Veo al resto triunfar en sus planes
respirar milagros
aterrizar inesperadamente en grandes triunfos
mientras doy pasos absurdos en el agua
y en los charcos que nacen de mi pérdida de tiempo.
Tal vez escogí en su día el vaso equivocado
en el que mecerme cual niño
en el que buscar mis laureles
en el que hallar mi podio.
Solo choco contra el cristal
de un vaso vacío
de algo que en su tiempo fue vino blanco
y que fue vaciado por antecesores vacilantes
que dieron sus zancadas con pasos de gigantes.
Tal vez escogí el vaso maldito
el continente equivocado
en el que dar mis futiles revoloteos al aire.
Agito el pánico
y mi mirada se tensa
mientras me asomo al fondo.
Otros escogieron el vaso lleno
y se enriquecerán de ello.
Yo seguiré en mi vestido mendicante
cantando al viento cruel
que el destino que observo
y que se me avecina inevitable
es el de aquel mosquito que contemplo
encerrado en el nuevo orden del desorden
que busca el embriague en vanas bocanadas de aire
y cabezazos de desesperanza;
que ahonda en su deseo de hallar
algún día
el trago del vino dulce
mientras observa la mano del gigante caer
para aplastarlo contra el fondo.