Es difícil escribir cuando uno va borracho pero se intenta.
Wolfram, un muchacho alemán, rubio y de ojos azules, llegó a las seis en punto a casa, obviamente de la madrugada. Su madre le dijo que había bebido demasiado. Él lo negaba.
—¡¿Como voy a haber bebido demasiado si me puedo mantener tumbado en las escaleras?!
Su madre, harta e histérica, subió las escaleras y se fue a dormir. Mientras tanto, él, en perfecto estado, decidió conscientemente dejarse rodar escaleras abajo. De alguna que otra forma cayó encima del gato, el cual maulló, recorrió medio salón, y se paró junto al canapé para limpiarse, es decir, chuparse la cola… y todo aquello que no es la cola. El motivo principal era que, una o dos horas antes, Wolfram, «en perfecto estado», se había ensuciado de cerveza al caer al suelo en el Oktoberfest, y al bajar, intencionadamente, rodando las escaleras —y atropellando al gato—, había manchado a la pobre criatura. Por lo tanto, Bräu —el gato—, al limpiarse, acabó chupando cerveza, y lo que sigue es imaginable.
Wolfram y Bräu, ambos en «perfecto estado», acabaron tirados en el sofá.
Cuando despertó la madre para ir al trabajo se encontró con dos manchas, de diferente tamaño y color, en la alfombra. Una con restos de salchichas y litros de cerveza, la otra con pelo, pelo, pelo, y más pelo, y cerveza.