En el parque veo a un hombre anciano
caminando por el césped
paseando a su perro.
Ya saben lo que dicen,
que existe un parecido entre el perro y su amo,
pero dudo que hubiese sido su decisión comprarlo.
Él luce una enorme barriga,
lleva el pelo harinoso,
una chaqueta gruesa
y está amargado:
Para nada le apetece salir
a pasear
a ese perro
a las ocho de la mañana.
Está jubilado;
podría haberse quedado en casa
fumando en la cocina,
mirando por la ventana,
como hacen los jubilados, vamos.
Y de verdad que el perro es ridículo.
Ridiculísimo:
Alargado, pelo corto enmarañado,
patas minúsculas
y ladra como una cría de orangután.
Para colmo viste de rosa,
con un lacito en la cabellera.
«Vergonzoso», debe de estar pensando el caballero,
un señor anciano,
un gentil varón.
Pero se parecen mucho.