Una botella con memoria
vacía y miope,
navega por las calles,
y bajo los aleros se esconden
los cabellos mojados
y algunas palomas encharcadas.
Mi luz cálida no se distingue del resto.
Mi huella neumática
se borra con las cascadas
que estallan y limpian escaparates
y hacen que carteros se caguen
en la puta madre que me parió.
Y una botella con memoria
navega por las calles
y recuerda viejos cuentos.
Allí, donde el quiosco, hay una
mujer anciana que siempre
fuma chesterfield,
y allí, donde se atasca el torrente
hay un cartel que dice
prohibido fumar.
Allí donde la mirada se pierde
hay un niño con paraguas
jugando a tener amigos,
y un poeta con sueño
y borracho y cocinado
por haber aspirado
una botella con memoria
que navega por las calles
bajo la lluvia de verano.
Los escaparates se limpian
de viejas heces,
y se deshacen de cristos rotos
con truenos que estallan de librerías
en mochilas recién compradas
y cuadernos cuadriculados
y hojas vacías, estuches, y lapices
de colores, y niños felices
e infelices, pero impacientes.
Y los versos se cuecen en el
fondo del estómago del poeta
nostálgico de luz indistinta,
y en el culo de una botella de cristal
con memoria, que navega
por las calles, que recuerda, miope y difusa,
revuelta en un torrente veraniego
cansada de dejarse llevar y mirar
por las calles de su memoria.